UN HAIKU ESTUDIANTIL

Hay momentos de privilegio.

Esta mañana, durante un examen de Literatura de Bachillerato. Aula grande ―enorme― en el último piso de mi instituto, un edificio antiguo, con sabor de historias de otros tiempos, con ecos de voces de estudiantes de generaciones pasadas. A través de la ventana, los tejados del viejo Madrid. Estoy paseando por entre las filas de alumnos concentrados en su tarea. Es un día de sol, como lo son todos por estos lares desde hace meses. De pronto, cambia la luz. Miro hacia el exterior: por encima de las hileras de tejas, se cierne un cielo oscuro, amenazador. Promesa de lluvia (voy a ser optimista). Y, justo entonces, rompen a sonar las campanas de una iglesia vecina. Me inunda algo soprendentemente parecido a la felicidad.

Lamento no ser un poeta japonés del siglo XVII. Podría hacer maravillas.

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