ESTO NO ES UNA PINTURA

Le tomo prestado a Magritte el genial título de su cuadro Esto no es una pipa para rebautizar esta entrada, que debería llamarse Los cuadros del mes de junio (2020). Pero es que mi habitual selección mensual de cuadros está compuesta en esta ocasión por cuatro obras que solo son pintura en apariencia.

En los últimos días, cuando curioseaba por páginas de arte de la red, me ha sucedido en varias ocasiones lo siguiente: encuentro un cuadro que atrae de forma inmediata mi atención, lo miro largamente con deleite y descubro de pronto que no es un cuadro. Tal descubrimiento se produce no porque algo en la obra en cuestión me alerte sobre su carácter no pictórico, sino porque en los datos que la acompañan aparece bien claro un dato inesperado: “fotografía”. Como he dicho al principio, este hecho se ha producido varias veces, como si mi atención insistiera en los últimos tiempos en desviarse de la materia propia de esta sección; he decidido, en consecuencia, ampliar sus límites durante el presente mes para dar cabida a estas creaciones fronterizas, que carecen del apego a la realidad que normalmente asociamos con el arte fotográfico y se deslizan, en cambio, hacia el terreno del artificio y la incertidumbre. Abro fuego con la fotógrafa holandesa Desirée Dolron, autora, entre otras, de la intrigante serie titulada Xteriors. Se trata de un conjunto de escenas protagonizadas por mujeres directamente extraídas del imaginario de Poe: etéreas, enigmáticas, a medio camino entre el mundo físico y el espiritual, inscritas en lúgubres interiores que remiten a la ambientación de la novela gótica y en los que en ocasiones se filtra la luz del día, como sucede en la fotografía que encabeza estas líneas, Xteriors VII. El recurso de la ventana que deja pasar la claridad, un clásico de la pintura de todos los tiempos, le sirve a la autora para resaltar el contraste entre la luminosidad exterior y la sombría estancia, así como para realzar el rostro de la protagonista. Podemos elucubrar sobre lo que está observando esta mujer de rasgos exóticos y expresión grave, pero la fría luz que procede del exterior no parece augurar nada bueno; en este juego de blancos y negros, de claridad y penumbra, sentimos la inexplicable congoja de que no encontraremos consuelo en ninguno de los dos espacios.

El mundo reducido a formas geométricas y colores. No se trata de un cuadro de un émulo de Mondrian, sino de una fotografía de Franco Fontana, perteneciente a la serie titulada Paisaje urbano. Los Ángeles, 1990. Fontana realiza una prodigiosa simplificación de la realidad por medio, en primer lugar, de la elección de un punto de vista sorprendente. Lo que podría ser un terreno de nadie, una mera confluencia entre varios edificios, se convierte mediante una perspectiva original en un prodigioso juego de planos, líneas, texturas y volúmenes. Colocado en esa precisa posición, el objetivo desata una coreografía de líneas que se extienden paralelas, convergentes, oblicuas, diagonales, divergentes. Cielo y muros juegan al contraste y a la armonía. La utilización de filtros que disparan la intensidad del color hace el resto. El fotógrafo se disfraza de pintor. Gracias a su mirada atenta, un rincón urbano no especialmente atractivo se transforma en un lugar único y sorprendente, un canto a la pintura no figurativa, a la abstracción geométrica.

No es un cuadro de Magritte. No es ni siquiera un cuadro, sino una de las fotografías que integran la serie titulada The Girl and the Shadow del fotógrafo sueco Gabriel Isak. Se trata de una colección de imágenes sorprendentes en las que un personaje femenino cuyo rostro no se nos muestra se ve confrontado con otro personaje neutro y sin facciones singulares, una criatura con aire de maniquí que encarna esa sombra de reminiscencias junguianas a la que se alude en el título. El resultado es una galería de escenas perturbadoras, en las que sombra y humana se observan, se dan la espalda o contemplan al unísono un paisaje de contornos indefinidos, en una plasmación gráfica del duro enfrentamiento con el propio yo, de la soledad compartida con un lado sombrío del que es imposible desvincularse y que lo tiñe todo de desaliento. Por su sobriedad y eficacia compositiva, me gusta especialmente la que encabeza estas líneas: el contraste entre los tonos oscuros y la trenza blanca que parece señalar hacia el suelo como una flecha es de extraordinaria expresividad y contundencia. Leo en la información difundida por las redes que Isak plasma en sus fotografías la depresión en la que vivió sumido durante años. No en vano la sombra es un tema recurrente en su obra y está presente en varias de sus colecciones, hasta llegar al caso más extremo en la titulada The Shadow and the Self, en la que contemplamos a ese ser neutro y esencial confrontado consigo mismo, en un inquietante duelo que parece reflejar nuestras luchas más internas.

La fotografía de uno o varios personajes que posan sobre un tablado de madera, delante de un telón pintado: esta es la propuesta híbrida del fotógrafo italiano Paolo Ventura en la serie titulada Historias cortas. La doble condición de fotógrafo y escenógrafo de este artista explica la profunda teatralidad de sus imágenes. Según leo en la información que encuentro en la red, todos los elementos que integran estas creaciones son de fabricación propia; Ventura ejerce, por tanto, de carpintero, pintor, director de escena y fotógrafo. A todas estas facetas habría que añadir la de narrador, dado que cada una de estas Historias cortas está compuesta por varias imágenes que, a modo de viñetas, componen un breve relato. Los pequeños dramas que nos plantea Ventura por este original método están llenos de misterio y capacidad de sugerir. Sus protagonistas son soldados que buscan una original manera de no enfrentarse a la batalla, padres que menguan hasta ser más pequeños que sus hijos o que se unen con ellos al vuelo de unas aves cuya trayectoria siguen con unos prismáticos, hombres que consiguen esfumarse metiéndose en su propia maleta… Recomiendo absolutamente la “lectura” de estas fotografías que cuentan historias. Tienen a la vez el encanto de la ingenuidad y el poder de sugerencia de lo no terminado, de lo que deja abierta una ventana a la imaginación. A mí me encanta la propuesta de este artesano total que se divierte construyendo realidades; me parece que está inspirado por el espíritu lúdico que preside nuestra infancia, por la libertad creativa de los viejos titiriteros. Y entre todas sus deliciosas imágenes, me quedo con la que encabeza estas líneas, en la que una mujer que huye de un hombre terrible se dispone a emprender un viaje que supone su propia liberación. En un maravilloso juego de ilusionismo, la modelo de carne y hueso se dirige con paso decidido hacia la empinada calle que se abre frente a ella en el telón pintado. Tenemos la sensación de ir a contemplar un milagro; contagiados de la magia del artificio teatral, no nos cabe duda de que la fugitiva conseguirá abrirse camino, rompiendo definitivamente la barrera entre fotografía y pintura, entre realidad y ficción.

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