PROCRASTINACIÓN

Desde que sé que tener una larga lista de tareas pendientes que no me decido a afrontar no es caer en las garras de la más vergonzosa holgazanería sino de la procrastinación, me siento enormemente aliviada. No es lo mismo ser un vago o un gandul que procrastinar: hermosa palabra polisílaba que les da altura a nuestras imperdonables omisiones cotidianas y las trata sin juzgarlas, con asepsia profesional. Ya lo sabía bien Valle-Inclán: qué importantes son las palabras. Una frase en latín que nadie entiende puede sobrecoger a la multitud con su poderosa sonoridad. Divinas palabras.

Pero volvamos a la larga lista de tareas pendientes que arrastro tras de mí como un lastre. Limpiezas domésticas, orden de papeles, preparación de clases, mensajes a amigos a los que no cuido lo que debería, revisión de obras en proceso de creación, renovación de las secciones de este blog. Se van colocado en fila a mis espaldas y caminan siguiéndome adonde vaya, en silenciosa y ordenada formación. Me basta con volver la vista atrás para verlas y descubrir, con angustia, que la fila ha aumentado de tamaño por alguna nueva incorporación. Cuando el tiempo y las fuerzas me lo permiten, elijo a una de ellas y la saco de su puesto para afrontarla y llevarla a buen ―o mal― término. Las demás no se quejan y aguardan impertérritas su turno. Alguna lleva aguardándolo más tiempo del recomendable y empieza a tener un aspecto ajado que me hace temer que su resolución presentará alguna dificultad añadida. Sigo caminando y se ponen en marcha ellas también. Me fijo plazos que no cumplo, pospongo el comienzo del trabajo. Procrastinación.

El cambio al horario de invierno que se produce esta madrugada me suena a una irónica reconvención del universo que, como por arte de magia, me regala un día con una hora más. A las tres de la madrugada serán de nuevo las dos y yo dispondré de sesenta minutos extra para intentar sacar alguna tarea atrasada de su tediosa posición en esa fila que me sigue a todas partes. Intentaré aprovechar este peculiar regalo para que el fin de semana resulte algo más productivo. Por lo pronto, emulando al gran Lope, que escribía un soneto enumerando sus dificultades para componerlo, yo procrastino otras tareas mientras escribo una entrada sobre el arte de procrastinar.

Con todo, en un rapto de optimismo, se me ocurre que esto de tener mil tareas pendientes en un síntoma de vida. No me puedo ni imaginar lo que sería haberlo resuelto todo y carecer de plazos que incumplir y de remordimientos por no haber emprendido siquiera lo que debería estar ya resuelto. Este runrún que me resuena en la cabeza como un recordatorio constante de las obligaciones que no estoy sacando adelante es, tal vez, una de las melodías que acompaña al hecho de estar vivo. Lo contrario, haber atado todos los cabos y cerrado todos los agujeros, me parece una situación que sólo puede conducirnos a sentarnos a esperar. A esperar precisamente lo único en nuestra existencia que es imposible de procrastinar.

Comentarios

  1. Interesante resignificación de la procastinación como aquello que se vuelve un motor para que nos movamos en la vida. Es una idea liberadora y al mismo tiempo peligrosa. Nuestra propuesta es ir abandonando aquello que aunque interesante o no, no es lo más necesario para nuestra pequeña y breve vida.
    Saludos cordiales.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo no diría que veo la procrastinación como un motor para movernos en la vida, sino como una señal de que estamos vivos. Pero sí, estoy de acuerdo en que es mejor ir soltando lastre. Precisamente ese --"Soltar lastre"-- es el título de una entrada de este blog que escribí hace un par de años. Me gusta escribir sobre ideas que van en una dirección y en la contraria. Y es que, aparte de procrastinar, otra cosa que hago muy a menudo en la vida es contradecirme.

      Eliminar

Publicar un comentario