EL GÉNESIS SEGÚN SALGADO

Si tuviera que hacer una lista de los personajes vivos a los que más admiro, sin duda estaría incluido en ella este fotógrafo brasileño que lleva décadas viajando cámara al hombro para dejar testimonio de lo más sublime y lo más abyecto de nuestro planeta. Con su limpio y expresivo uso del blanco y negro, este hombre consigue obtener imágenes hermosísimas incluso en las situaciones más extremas y terribles; pero eso no quiere decir que su objetivo mienta, ni que sea un piadoso enmascarador de realidades dolorosas. Gracias a Sebastiao Salgado, sabemos de las intolerables condiciones de vida de los trabajadores de Serra Pelada, nos hemos estremecido con la sonrisa de pequeños amputados por las minas, hemos buscado la mirada amorosa de un bebé hacia su madre como único asidero en medio del horror de un campo de refugiados. Ahora Salgado nos asombra con su sabia mirada sobre un mundo virginal, anterior a la civilización, lleno de bellezas primigenias pero también de la dureza de lo salvaje. Se trata de su último proyecto, titulado Génesis, una muestra del cual se expone estos días en CaixaForum de Madrid.

Ocho años le ha llevado a este fotógrafo incansable reunir tan increíble colección de imágenes. Largas caminatas, trayectos en burro, travesías, viajes en globo, han servido para fotografiar rincones recónditos del planeta que el visitante tiene ahora al alcance de sus pies y de sus ojos. Salgado ha accedido a enclaves que sólo han evolucionado por razones naturales, se ha codeado con pueblos que han esquivado el devenir de los siglos y que se encuentran ―y no sólo geográficamente― en nuestras antípodas. Pasearse por las salas de esta exposición es hacer un viaje por lugares cuyos nombres despiertan maravillosas resonancias en nosotros: islas Galápagos, península de Kamchatka, delta del Okavango. Nombres de lugares que la mayoría sospechamos que sólo pisaremos con la imaginación y que al ser pronunciados nos dejan en el paladar un regusto amargo de añoranza por la aventura. Porque supongo que somos muchos los que, contemplando este espectacular despliegue, sentimos la profunda desilusión de constatar que, llegada cierta edad, no nos hemos convertido en los audaces exploradores que de niños soñamos que seríamos.

La exposición de Caixaforum está articulada en cinco espacios que reúnen imágenes agrupadas por su proximidad geográfica. Cada uno de estos espacios tiene las paredes pintadas de un color diferente; con ello, la ilusión de pasar de un ámbito físico a otro se acrecienta. Uno ha creído respirar la glacial limpieza del aire de la Antártida cuando, al doblar una esquina, recibe de pleno en la cara la vaharada cálida del desierto, o la intensa humedad vegetal de la Amazonia. Acaba de compartir con una familia siberiana el peso de las pieles que salvan de la congelación, y de pronto se topa con la desnudez y los extraordinarios ornamentos de los papúes de Nueva Guinea. Tiene un puesto de privilegio para contemplar el navegar de las ballenas, los saltos de los pingüinos, el vuelo de los cormoranes, el peregrinaje de los renos, la mirada prodigiosamente humana de los gorilas de montaña. Escala cimas, surca ríos profundos, atraviesa tundras, se asoma al cráter de volcanes. Es tarea difícil elegir aquí un puñado de imágenes que den una idea de las sensaciones suscitadas por este Génesis según Salgado. Selecciono finalmente tres: una sorprendente formación de baobabs que emergen del agua en Madagascar, como una nave a punto de emprender su mágica travesía; la sobrenatural blancura de un iceberg cercano a las islas Shetland y la trashumancia del pueblo dinka por los áridos territorios del sur de Sudán. Animo a todo el que pueda permitírselo a acercarse a esta exposición en la que se pasa calor, frío, se suda, se respira un aire tan limpio que corta los pulmones. Es toda una experiencia de la que se sale emocionado y con un sentimiento de gratitud hacia este fotógrafo consagrado a mostrarnos el mundo que posiblemente nunca veremos con nuestros ojos. 



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