COMPRAR UN LIBRO

Por una serie de motivos en los que se mezclan la cuestión económica, la falta de espacio y una irritante tendencia a las mudanzas, desde muy jovencita he buscado con más frecuencia saciar mi afán lector en bibliotecas públicas o de mis lugares de estudio que por medio de la compra en librerías. Hay, además, una razón psicológica: me resisto a adquirir un libro que ignoro si va a ser de mi agrado y a guardarlo luego en una estantería, tal vez con la penosa impresión de que no voy a volver a abrirlo nunca más. Mi biblioteca se iría transformando así, me parece, en un museo de letras muertas, en un almacén de cadáveres. Cuánto mejor es hacerse con esa obra que ya hemos leído y que nos ha emocionado, conmovido, aportado nuevos puntos de vista o confortado por reforzar los nuestros. En ese caso, uno se trae a casa un invitado querido, con el que se tiene la certeza de que se compartirán buenos ratos en el futuro.

Me encanta, en cambio, regalar libros. Casi siempre cuando visito librerías lo hago con esa intención. Me paseo entre estantes pensando en la persona a la que pretendo obsequiar, repaso lo mucho o poco que conozco de ella y dejo vagar los ojos sobre los expositores esperando a que surja la inspiración. Normalmente empleo en esta actividad un rato mucho más largo del necesario. Me da tiempo a descubrir las novedades, a encontrarme con viejos amigos de papel que leí en su momento y que me traen variados recuerdos, a hojear comienzos de historias y sentir en ocasiones que se despierta en mi interior una imparable curiosidad que me impele a dirigirme con el libro en cuestión hacia la zona de cajas. Toco y olfateo, también. Cubiertas de tactos diversos, delicioso aroma a papel por estrenar. Con frecuencia encuentro regalos para personas que no son el objeto de mi atención en ese momento. Y, por qué no, me gusta observar a los otros compradores, espiar sus gestos, sus pequeños tics, buscar una relación entre lo que capto de su personalidad y el libro que eligen. Porque, ¿lo he mencionado en alguna ocasión?, me encantan las librerías.

Me viene ahora a la mente una escena que presencié hace unos meses en una de estas incursiones mías. Era Navidad y la Casa del Libro estaba bastante atestada de compradores presurosos en busca de regalos. En ocasiones, resultaba difícil pasar por el estrecho pasillo entre expositores, y tocaba esperar o abrirse camino entre la gente sin demasiados miramientos. Yo optaba todas las veces por ceder el paso: nunca tengo prisa en las librerías. Es el único lugar del mundo, junto con los museos, en que se produce ese milagro. Por esa tranquilidad inesperada que me asalta en semejantes recintos, pude ser testigo de una charla que no me resisto a reproducir aquí. En realidad sólo tuve acceso a parte de ella, ya que lo que capté fueron las palabras de un hombre joven que hablaba por el móvil mientras echaba un vistazo en la sección de libros de bolsillo. El tipo en cuestión tenía problemas de salud, en concreto una lesión: era esa la causa, le explicaba a su interlocutor, de haberse dejado para el final la enojosa tarea de buscar regalos. La charla empezó a interesarme en el momento ―deformación profesional, supongo― en que mencionó el nombre de un escritor.

―Vamos a ver, Dickens, aquí está ―dijo el joven, arrodillándose frente a uno de los estantes―. Sí, te leo los títulos. Casa desolada, Grandes esperanzas, David Copperfield… ¡Aquí lo tengo! Oliver Twist. Era ese el que quería, ¿no? Hostias, y está bien de precio. 9,90, y menudo pedazo de libro… Pues sí, tío, sigo fastidiado, no se me termina de pasar…

Aquí vino un interludio con detalles físicos al que no hice caso alguno, perpleja como estaba ante la relación establecida entre el precio y el grosor del libro y ante la aplicación a Dickens de la frase “estar bien de precio”, que me parecía más apropiada para una crema hidratante o un jamón. También reflexionaba sobre qué tamaño habría esperado el joven lesionado que tuviera la inmortal novela. Pero la conversación telefónica llamó de nuevo mi atención cuando el atribulado comprador exclamó: «¡Coño, si está en español! Porque lo quería en inglés, ¿verdad?». Tuve que contenerme para no irrumpir en la charla e indicarle que los libros en lenguas extranjeras tienen su propia sección, e incluso encaminarle en la dirección adecuada. Esos impulsos de maestra que encarrila a un chiquillo despistado me han traído ya algún problema y en consecuencia los reprimo siempre. Me alejé hacia otro sector de la tienda y proseguí mi interrumpida actividad, tan grata, de echar un vistazo por estanterías y expositores en busca del regalo ideal. No sé que fue del muchacho lesionado que con tanta prisa compraba un libro cuyo título simplemente le sonaba para alguien a quien no conocía lo bastante como para saber si quería leerlo en español o en inglés. Pero algo me decía que para él las librerías no son ese espacio mágico donde el reloj se detiene y donde, por más que uno se demore, no tiene la sensación de estar perdiendo el tiempo.

Comentarios

  1. Beatriz creía que el comentario que escribí esta mañana se habia publicado, pero algo debi hacer erroneamente. Te decía que agradezco el regalo que supone cada fin de semana entrar en el blog y ver que has escrito como mínimo una entrada. Con la del lesionado me he reído y me ha hecho retroceder a los tiempos en que tener una librería con libros te confería la categoría de " intelectual ". Así lo debió pensar el señor que entro una librería y le dijo al vendedor que quería una enciclopedia que no sobrepasase unas determinadas medidas que llevaba anotadas. A este señor
    no le importaba el precio sino los metros de su librería .En fin.....hay que ver lo que es presumir.
    Desde hace unos años yo tambien leo los libros que voy sacando de la biblioteca pública que hay en la ciudad donde vivo. Si alguno me ha gustado mucho, mucho entonces me lo compro. Estoy pensando hacerlo con uno de poesía de un autor español que me dejo sorprendida. Se llama " Las cosas del campo " de Jose Antonio Muñoz Rojas. Se acerca a la naturaleza de una manera sencilla, realista, descriptiva. Vamos que me lo voy comprar ! Un beso.

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    1. Te aseguro, Marga, que para mí es también un regalo encontrarme con tus comentarios, y más aún descubrir a través de ellos las cosas que tenemos en común. En última instancia, es eso lo que se busca al confiar mensajes a las aguas revueltas de la red: que alguien los recoja, se sienta identificado y nos los devuelva aumentados por su propia experiencia. Gracias por estar ahí.

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