LOS CUADROS DE ENERO (2012)

Arrivée, cuadro perteneciente a la serie La fête continue, en la que el pintor brasileño  Juárez Machado (nacido en 1941) recoge la vida nocturna y disipada de París. Lo que en un primer vistazo parece una pareja de enamorados se revela tras un examen más atento como el dúo formado por el mozo de equipaje y una elegante viajera recién llegada a un hotel. El trazo ágil del pintor y la línea curva que trazan los cuerpos de los dos personajes crean una impresión de extraordinario dinamismo: nos sentimos arrastrados hacia el fondo del pasillo al son del airoso taconeo de la mujer y de la hábil maniobra del joven cargado de maletas. El ambiente nocturno, el negro y el rojo intenso que pueblan paredes e indumentarias nos hablan de un mundo clandestino, misterioso, en el que sin duda secretos y pasiones se desatan tras las puertas cerradas.
 

Hay cuadros que por su sencillez e intensidad saltan por encima de las modas y se instalan en el terreno de lo atemporal. Así sucede con esta Anciana sentada, que podría haber sido pintada ayer mismo pero que fue creada hace cerca de cuatro siglos, tal vez por un discípulo de Velázquez llamado Antonio Puga (1602-1648). En el caso de que en efecto sea su autor, este pintor prácticamente desconocido hoy en día habría realizado un impactante retrato de la dignidad y la resignación de la vejez. La estancia casi monocroma, la postura hierática y frontal, el rostro ensimismado de la mujer, la reducción al mínimo de los elementos que la rodean (la estampa religiosa, la labor, el gato) son de una eficacia inigualable. Con tal economía de medios, el artista nos habla de la dureza del día a día, de la fortaleza frente a la adversidad, del extraordinario valor de las gentes sencillas. Años de trabajo y emociones se concentran en las arrugas de ese rostro, en la entrañable tosquedad de las manos que descansan sobre el regazo.

Es extraordinario que un cuadro apele a un sentido que no sea el de la vista; aun así, en ocasiones se produce el milagro. Hay pinturas que parecen desprender un olor, otras que nos invitan casi a tocarlas con la ilusoria suavidad de lo representado. Este Quinteto del argentino Emilio Pettoruti  (1892-1971) produce sonido: las notas alegres, agudas, estridentes, de su vibrante colorido. Los cinco personajes reducidos a sus contornos geométricos, las expresivas actitudes con que cantan o manejan su instrumento, la dinámica visión de la ciudad que les sirve de telón de fondo: todo en este cuadro tiene ritmo, movimiento, sonoridad. Contemplándolo, casi se sienten ganas de seguir con el pie el compás de la pieza que este quinteto interpreta.


Calor, luz deslumbrante, ruido ensordecedor de los muelles abarrotados. Desde la cubierta de su barco venido de muy lejos, tres viajeros occidentales se asoman, entre indolentes y curiosos, a un nuevo mundo que los recibe. Adivinamos la silueta de otros dos tras la cristalera que conduce al interior de la nave. Nosotros, espectadores de la escena, estamos invitados también a participar en ella gracias a esa barandilla de hierro forjado que se abre en nuestra dirección y nos incluye en el grupo. Nos disponemos, pues, a acodarnos en el pasamanos, junto a esa maravillosa dama que se protege el rostro del sol con un abanico. Estamos a punto de viajar en el espacio y en el tiempo, gracias a la magia del arte: Calcuta, del pintor francés James Tissot (1836-1902).

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